domingo, 6 de junio de 2010

Carta de Florencia Peña sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Su pregunta me disparó varias imágenes que fueron suediéndose durante toda la semana porque la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo se empezaba a tratar en el Senado. La discriminación en el podio. El colmo: manifestaciones en contra de los derechos de otros. La Marcha del No. La iglesia indignada. La oposición oponiéndose. El repudio y la estupidez. ¿Una semana con saldo positivo? ¿Cuál es el punto de reclamar en contra de una causa que sólo afecta a quienes la defienden? A los heterosexuales no les cambia nada la aprobación de la ley. Nadie los va obligar a casarse con personas del mismo sexo, ni sus matrimonios van a caer en desgracia. ¿Cuál es la gran tragedia para los que se consideran “normales”, si nada cambia en sus vidas? ¿De qué tienen miedo? Toto espera respuesta. En estos temas, siento, lo mejor es ser honesto. –Pepe tiene dos mamás, porque ellas se quieren mucho y quieren compartir la vida. Y si le dan amor a Pepe, para que pueda ser feliz, lo más importante es que lo quieran y el esté contento, ¿no es cierto? –Zí. Ez zierto. Toto se conforma con la respuesta, por el momento, y vuelve a su plato de ravioles con salsa rosa. Pero su pregunta despertó la necesidad de hablar del tema en todos los demás comensales: parece que todos tenemos algo que decir, y la mesa se anima. Una amiga recuerda que cuando éramos chicas, el divorcio era tema prohibido. Si tus padres no estaban juntos, eras poco menos que discriminado: el bicho extraño del grado. Ahora, que las parejas no se sienten obligadas a sostener un matrimonio sin amor por “la fuerza de la tradición” o “el que dirán” los demás, no es raro que muchos chicos tengan dos casas, dos familias, y sus padres otra oportunidad de ser felices y enamorarse. Pero en aquel momento, la resistencia que despertaba la ley parecía presagiar que se avecinaba el fin de la sociedad. Y nada de eso sucedió. Los niños no se suicidaron en maza, ni surgió una generación de asesinos seriales. En lugar de eso, muchos chicos y chicas aprendieron a disfrutar de sus dos hogares, sus dos regalos de cumpleaños, a compartir con medios hermanos y nuevas tías y primos, y muchos tuvieron la suerte de volver a ver felices a su papá y su mamá. Ojalá comprendiéramos tan rápido como ellos que los cambios no son sinónimo de Apocalipsis. –La ley tiene que salir –dice enérgica mi cuñada. –¿Qué les pasa? Estamos en el 2010. Ya tuvimos tiempo de esclavizar a los negros, matar Judíos e indios, quemar en la hoguera a cualquiera que pensara distinto, de sentirnos amenazados por las ideas de Copérnico, o Juana de Arco, o Luther King, tantos, que la lista sería interminable. ¡Ya está chicos! Vivamos y dejemos vivir. Que cada uno haga de su culo un pito. Y la frase nos lleva a la maravillosa sentencia del diputado Olmedo, que espero entendamos, es un legado extraordinario: Tengo la mente cerrada, y la cola también. Es inevitable que la mesa entera no estalle en carcajadas. Aunque nos reímos, por no llorar. ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! ¿Cómo puede este señor hablar de normalidad y sostener que los heterosexuales son personas sanas y los “gays“ insanos y anormales? Un tipo que estuvo en contra de la ley de divorcio y está separado. ¡¡¡Es la ley de Dios!!!, gritaba un cristiano (no Cristiano Ronaldo que por suerte está a favor de la ley en Portugal). ¡¡¡Los homosexuales están en pecado mortal, son seres extraviados!!! Incluso Lilita, con su cruz en el pecho, habla con un odio desmedido, que no parece propio de una persona que lleva a Dios en el corazón. El miedo y la doble moral de muchos que se hacen llamar “hijos de Dios”, que consideran a la homosexualidad una enfermedad, me da qué pensar. La Iglesia ha hecho estragos en nombre de “causas justas”, y lamentablemente parece más enfática a la hora de la condena que en el momento del mea culpa. En nuestro país, los militares que mataban y torturaban, iban a misa y se llenaban la boca hablando de religión y los valores tradicionales. Muchos de ellos eran heterosexuales, con familias bien constituidas, y con hijos ¿ajenos? Toto, que ya estaba terminando su plato y parecía abstraído en su mundo, de pronto levanta la voz y arremete con otra pregunta: –¿Laz mamas de Pepe ze cazaron como uztedes? –No, todavía no. Ahora no pueden. Pero ojalá que lo puedan hacer pronto –dice Otero. –¿Y cuándo ze van a cazar? –Cuando se pongan de acuerdo las personas que escriben las leyes, Toto. No tenemos que olvidar que el rol del estado es garantizar la igualdad ante la ley. Si hablamos de derechos y obligaciones, y a muchos ciudadanos y ciudadanas se les niegan derechos, sólo por tener una elección sexual distinta, entonces que tengan también menos obligaciones. Por ejemplo, que paguen: Putiluz, Lesbigas, putitelefono: PUTIMPUESTOS. Por una Argentina, que garantice la desigualdad para todos. ¿Alguien se acuerda del Cardenal Quarracino, que hace poco más de diez años quería mandar a los homosexuales a vivir a una isla? Menos mal que los tiempos cambian. –Hagamos un ejercicio –dice uno de mis amigos. –Imaginemos que la ley ya está aprobada. ¿Qué pasa? Las mamás de Pepe se pueden casar. Si les preguntan por su estado civil, dicen simplemente “casada”, y no tienen que explicar que aman a una persona del mismo sexo y eligieron formar un hogar. Y lo más importante: tienen acceso pleno a derechos como la patria potestad: es decir, que si a la mamá “no legal” le pasara algo, Pepe no quedaría huérfano o librado a las decisiones de otros. Cualquiera de las dos mamás podría heredarle sus bienes, brindarle los beneficios de su obra social, pedir licencia en el trabajo para cuidar a Pepe si se enferma... En definitiva la capacidad de decidir totalmente sobre su futuro como familia. El fundamento de la familia de Pepe debería, por sobre todas las cosas, ser el amor, y no la tradición o los dogmas, que no sirven de nada para que Pepe crezca feliz y protegido. Hay personas que todavía hablan de que es “antinatural” el amor entre personas del mismo sexo. Como si el celibato fuera lo más “natural” del mundo. ¡Qué peligrosas que son las palabras “normal” o “natural”! ¿Serán cosas “normales” o “naturales” la desnutrición infantil, los accidentes de tránsito, los herbicidas de la soja transgénica? ¿Es que alguien piensa que esta ley va a convertir a sus beneficiarias y beneficiarios en seres abominables, con problemas de gigantismo, caída de cabello, perdida de masa encefálica, senilidad precoz? Pienso, entonces: ¿Qué es lo que se debate? ¿El problema es la palabra matrimonio (que, como la palabra Dios, distintas religiones y distintas personas entienden de forma diferente)? ¿Causan temor los derechos que la ley puede garantizar a una inmensa minoría? ¿O que dos personas –sin importar su género– se amen y decidan construir un futuro juntas? Eso nadie va a poder evitarlo. A mí me gusta pensar positivamente. Confío en que los senadores aprueben lo que los diputados (y gran parte de la sociedad) ya aprobaron. En que las instituciones no van a ser un obstáculo para la felicidad de tantos niños y adultos. En que nuestras leyes no estén inspiradas por el miedo sino por el amor.

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